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Mostrando entradas de febrero, 2008

¿Qué es el ajedrez?

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Pregunta repetida e irresoluble, como todas las grandes cuestiones de la Humanidad. Grandes Maestros, míticos algunos, han plasmado para la posteridad sus reflexiones sobre el tema. Todos y cada uno de quienes jugamos, o han jugado, al ajedrez, tendrá su propia respuesta. Compararlo con la vida, es una tentación que los más grandes no han podido eludir: desde "El ajedrez es como la vida" de Spassky, hasta "El ajedrez es mi vida" de Korchnoi, pasando por el más tajante de los tres, "El ajedrez es la vida" del inolvidable Bobby Fischer. Loas como la de Lenin, buscan una resolución menos vital de la definición: "El ajedrez es la gimnasia de la mente" o la de Göethe: "El ajedrez es la vara de medir el intelecto humano". Gary Kasparov dijo que es el deporte más violento que existe. O Tolia Karpov que el ajedrez es un arte. Todo esto está muy bien. Grandes frases. Hermosos pensamientos que nos encaminan hacia una Filosofía del tablero, en la

Tratado de buenas maneras en Ajedrez I

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Vivimos en un tiempo en el que los buenos modales no andan a la última. Pareciera que un comportamiento cortés o educado, se valore como trasnochado en este joven siglo XXI. El Ajedrez no se libra de este mal gusto generalizado que, de momento con más pena que gloria, los reglamentos tratan de eliminar. Anda el asunto del apretón de manos al comenzar y concluir la partida, entre los más polémicos del momento. Todo comenzó con el match Kramnik-Topalov, cuando el búlgaro acusó a Vladimir de usar el aseo como sala de análisis con PC. Al final, el tema concluyó con un monumental escándalo y los dos rivales evitando, aún hoy, darse la mano. La Federación Internacional de Ajedrez, a raiz de ello, incluyó en sus normas que negarse a dar la mano supodría la pérdida de la partida. Claro, si los dos están de acuerdo en no saludarse, pues no hay sanción. Mala ley, entonces. Cheparinov a punto estuvo de perder contra Short por tal villanía. Casualidad: el mánager de este último negador de manos es

Reyes sin corona

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Indeleblemente, desde siempre, he sentido una especial simpatía por aquellos ajedrecistas que, demostrando una maestría indiscutible, no han visto premiado su talento con el título de Campeón del Mundo. La primera muestra de ello fue mi predilección por Viktor Korchnoi, en sus enfrentamientos con Anatoly Karpov en 1978 y 1981. Ignoro cuál hubiera sido mi actitud hacia él, en el caso de haber vencido en alguno de esos matches. Aún hoy, es uno de mis favoritos, tanto por este singular Sindrome de Estocolmo, como por la pasión que siente al sentarse frente al tablero a sus tan bien llevados 77 años. Con el tiempo, cayó en mis manos un libro que se convirtió en mi Biblia ajedrecística, y todavía lo es: Mi estilo en ajedrez, de Paul Keres. La descripción que Ricardo Aguilera relata del jugador estonio es un tratado de caballerosidad ante el tablero. Sus partidas, comentadas con total humildad, transmiten la sabiduría de un Gran Maestro inigualable. No en vano, tanto Korchnoi como Spassky lo