Mis ídolos cotidianos: Antonio Erades Berenguer

Qué nuestros mayores son un ejemplo a imitar, es harto conocido, si bien algunos modelos andan bastante lejos de ser un referente válido en lo que a virtudes se refiere. Cuando manejamos entre nuestras manos un grupo de alumnos, en este caso de ajedrez, pero cualquier deporte o disciplina puede ser válido, esmeramos nuestro comportamiento, pues nos sabemos mirados por los ojos de niños, sensibles a cualquier estímulo que provenga de sus maestros. Esto, que es una responsabilidad importante y, al mismo tiempo, una compensación impagable del esfuerzo realizado, no alberga comparación cuando el alumno troca en maestro, y quienes recibimos la lección somos los educadores.
Y el regalo de la lección de un Dios Menor, se nos impartió en el recién Torneo Internacional de Ibi. Una de nuestras jugadoras del C.A. Aspe, disputaba su primer torneo, por supuesto el Infantil. Iba perdiendo todas sus partidas, y por añadidura, uno de sus rivales se burló de ella, por sus derrotas consecutivas. Andaba nuestra compañera algo atribulada, con cara seria, no tanto por las derrotas, a las que todos íbamos quitando hierro, sino por el comentario mordaz del cruel infante. En estas, acertó Antonio, Erades Berenguer, a sentarse al lado de nuestra amiga, para ponerle remedio al asunto:

"No te preocupes, Andrea, el año pasado yo también las perdí todas, y este año ya ves, llevo dos ganadas"

Esto no lo dice un monitor, ni un padre, ni siquiera un espectador adulto: lo dice un niño de 9 años, que tiene unos momentos para dedicárselos a una compañera a la que ha conocido hace pocas semanas, pues Andrea acaba de incorporarse a nuestro club.

A Antonio no le ganarán las partidas dándole mate, pues tiene una pieza más importante que el rey de blancas o negras: Antonio tiene un corazón así de grande.

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