La jugada perfecta


Tal y como nos enseña Kasparov en su libro "Cómo la vida imita al ajedrez", tanto una como otro, acaba asignándonos nuestro lugar, acorde, generalmente, a nuestras capacidades, deseos y esfuerzos. Luego, el resultado quizás no sea siempre el esperado, pero los gestos, costumbres, hábitos y rutinas se repiten año tras año, y a condición de que estos no varíen, salvo que lo hagan para una evidente mejoría, la cosecha será más o menos satisfactoria.

Uno se educó ajedrecísticamente a base de palos. No tuvimos la suerte de que alguien nos explicara los temas tácticos o estratégicos, así que nos tuvimos que encomendar a los libros de la Editorial Bruguera y al prolífico autor Fred Reinfeld, firmante de obras, alguna de ellas excelente, otras infumables. Nuestros mayores no estaban para darnos clase, y los de nuestra generación tuvimos que buscarnos fuentes de donde beber.

Pronto tomamos los jóvenes la responsabilidad del equipo patrio. En los años ochenta, un grupo de jóvenes representábamos, en aquel entonces, al Club de Ajedrez Casino de Novelda, hasta la fundación del Club Escacs Novelda en 1987, sin más bagaje que el procurado por nosotros mismos. José Luis Abellot, Rogelio Miralles, Diego Jiménez, José Antonio Pina, y un servidor, recorríamos la provincia capitaneados por Félix José Montoya. Era un primer tablero majestuoso, sólido, que nos conocía a todos y cada uno de nosotros perfectamente, y sabía sacar lo mejor de sus compañeros. No ansiaba su lugar, no envidiaba su primer tablero. El ajedrez me había dejado un espacio, el mío. Estar ahí me hacía mejor. Mucho mejor.
Para mí era aún más especial. Eramos verdaderos amigos, desde niños. Levantar la cabeza, y verlo en el primer tablero me daba una seguridad que he tardado mucho en recobrar. Él confiaba en que mi ajedrez era algo más que sacrificios más o menos dudosos o posiciones complicadas a ultranza. Sabía, tras tantas horas de tablero en común, que yo era capaz de jugar buenas partidas que fueran útiles al equipo. Fue una gran época.

De ella sobrevivimos en activo Abellot y yo. Ahora ya no pertenecemos a un equipo en el que éramos los más jóvenes. Hoy somos los veteranos. Pero yo sigo mirando hacia el primer tablero. Junto a mi, grandes jugadores y excelentes personas: Lucas, Pinos, López. También nuevas generaciones que nos animan a seguir adelante: Sonia, Ana, Laura, Camacho. Y los más jóvenes, que algo aprenderán de nosotros: José Manuel, Juan Pedro, Antonio y mi hija, Ariadna. No sé dónde mirarán ellos, en qué o en quien se apoyarán cuando se sientan inseguros, o les asalte la duda. Todos estamos allí para ayudarles. Yo sigo mirando al primero. Al que siempre creo. Félix ya no está. Guti sí. Poco se tienen que envidiar. Ya quisiera yo jugar como ellos. Los dos me han hecho mejor de lo que era. Los dos me han dejado mi sitio.

Y Lucas.

Y López.

Y Pinos.

Y Abellot.

Y Sonia.

Y Ana.

Y mi hija, que me enseña ajedrez, en lugar de ser al revés.

Y cerebrín (nunca dejes de pensar que te quedan cosas por hacer).

Y todos los que me dejais aprender de vosotros.


Gracias, porque no estamos solos cuando movemos una pieza. La movemos todos.

Juntos la haremos: La jugada pefecta.


Comentarios

Opinador Lenguaraz ha dicho que…
Buenas Akiba,
No estoy totalmente de acuerdo contigo. Principalmente en dos cosas.
La primera: te olvidas a gente como Plinio Montoya, Manuel González y el fallecido Wilgberto Rizo entre otros, que nos deleitaban a los miembros de la segunda generación que nombras (en la que se te olvida por ejemplo Andrés Alted), con un sinfín de anécdotas que hacían muy pero que muy agradables los viajes.
La segunda: yo no tengo tan claro como tú eso de los mejores jugadores. Félix Montoya es de los mejores que yo he visto jugar en Novelda, hay gente a la que no he visto en su mejor momento como Fernando Cazorla. Pero para mí, la perla de Novelda sin ninguna duda es Javier Lucas, atesora tanta clase y su concepción del juego es tan diferente al resto que no tiene rival si así lo desea. De haberse dedicado en cuerpo y alma al ajedrez, tengo muy claro que estaría en la élite, pues de pequeño brillaba mucho más que el ahora GM Julen Arizmendi. No es casualidad que su maestro fuese Félix Montoya claro.
Sin duda para mí la mejor época fue la que ambas generaciones jugábamos juntos ya fuese en nuestro usurpado Club Casino de Novelda, o en el Club Escacs Novelda. Tanto monta monta tanto, pues éramos los mismos. Nos lo pasábamos muy bien y conseguíamos buenísimos resultados, y a absolutamente nadie se le ocurría discutir el papel o resultado de nadie en el equipo, es más tanto si perdías como ganabas tenías a Félix dispuesto a analizar la partida contigo.
Recuerdo con mucho agrado la primera reunión del Club Escacs, en la que estaban todos. Los de la primera generación que nombras y los de la segunda, pues ya estaban ahí en el 87. Incluso asistieron el fallecido Joaquín Pellín, maestro de maestros, y también Jesús García, ¡quién lo diría!
En fin, ¡qué tiempos aquellos! Pero confío en el tiempo presente y futuro. Ahora pasamos por una época de mucha actividad como entonces, de lo que tiene bastante culpa un tal Luis María Vieito, no sé si te suena...
Lo que yo también tengo muy claro es que nuestra jugada perfecta está todavía por hacerse...
Un saludo.
Luis María Vieito ha dicho que…
Boas tardes, Lenguaraz:
Sin duda, y estoy de acuerdo contigo, Javi Lucas es el mayor talento que hemos tenido y tenemos en Novelda. Lo que ocurre es que, obviamente, no soy objetivo cuando enaltezco a Félix: crecimos juntos, nos educamos juntos, y anduvimos media vida jugando al ajedrez uno al lado del otro. Eso no quiere decir que no sea consciente del nivel de cada uno: Félix basado en el análisis y Javier en el talento y su altísima comprensión. Diré más: el juego de Félix José no tiene misterios para mí, de hecho le he ganado muchas veces. A Javi, sólo una, aunque sigo intentándolo.
No me olvido de Plinio, Manolito, Wigberto, Pérez, Machín, Cazorla. No pretendía ni enumerarlos a todos ni olvidarme de nadie. Tengo claro que lo que sé y soy como ajedrecista se lo debo a todos aquellos que, en mayor o menor medida, han influido en mí durante todos estos años. Para bien y para mal. Hubo, en 1981, quien me despreció solemnemente, intentando que yo no jugara el primer local, porque consideraba que no tenía nivel. Sólo una persona me defendió: Plinio Montoya. Paradojas de la vida: quien me vetó, no pudo ganarme. Todas estas vivencias me han hecho así, luchador, rebelde, inconformista. Sigo estudiando ajedrez con verdadera pasión, para que nunca nadie me vuelva a decir que no tengo sitio en un torneo.
Claro que no me olvido de nadie. Nunca me olvido de una derrota. Y con Javier Lucas, acumulo varias. Merecidas todas. Lo que espero es aprender lo suficiente para, algún día, batirle en buena lid.

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