2009 ¡Feliz Navidad!

Me pregunto si en realidad, lo que debo hacer hoy es desearos unas Felices Navidades. O si anhelo verdaderamente que alguien, como una postal anónima, me las felicite a mí. Quizás debamos preguntarnos qué tal fue la cosa desde el último abrazo. Si los deseos surtieron el efecto esperado al expresarlos, acompañados de un gesto cómplice o tan sólo cortés. Con esto pasa igual que al ver la foto de una persona desconocida: uno se pregunta por su voz, de la que la imagen no da pistas. Al ir a tender la mano, con el Feliz Navidad a cuestas, me remuerde la conciencia no saber si en verdad fue todo así, feliz. Como si el Espíritu de las Navidades pasadas no me dejara dormir, y me convirtiera en un personaje malparado de los cuentos de Dickens, viajando de tiempo en tiempo, mientras mido las consecuencias de mis actos. De un gesto que, de otra forma, se convertiría en rutinario. Justo lo que tú no mereces. Porque el mejor regalo, no anda envuelto en papel y lazos de colores, amontonado en el trineo de nuestra imaginación. No nos sorprenderá cayendo por la chimenea, ni escondido en el calcetín o apoyado debajo del árbol luminoso. Toda esa magia, esa ilusión que recuperamos de la niñez, esas capas que nos quitamos de encima para asombrarnos de imágenes y sonidos que llegan con el frío, sólo sirven para que unas palabras, Feliz Navidad, obren el misterio que anida en el interior de cada uno, repitiéndonos, a pesar de los pesares, a cada minuto, la respuesta esperada: sí, soy feliz. Entonces, y sólo entonces, llegarán a mi voz las palabras repetidas:
Feliz Navidad a todos.

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