La estrategia del riesgo III: Apariciones Marianas, primera parte.

Cuánto tiempo sin pasarme por aquí. Ha sido un año complicado, ajedrecístico y no ajedrecístico. Cierto que he jugado más que nunca. Y cierto que he completado algunas buenas partidas, pero tengo la impresión de haber actuado a empujones, compulsivamente, sobre todo ante el tablero, en algunas ocasiones en las que la calma me hubiera llevado por mejor camino que el ímpetu. Pero es que cuando la cabeza no anda serena, la mano se embala, y, a costa de la salud nerviosa de mis compañeros de equipo, he manejado los trebejos al borde del abismo en demasiadas ocasiones. He de reconocer que en varias de ellas, en el por equipos sobre todo, gocé de algunas apariciones Marianas, en las que alguna fuerza del cielo, o del más allá, inspiró a mis rivales la virtud de la caridad. Sí, de la caridad infinita. Hay una partida que, especialmente, me viene a la memoria:


Un servidor andaba bastante satisfecho con el final alcanzado, y viendo las partidas de mis compañeros, mi victoria suponía la del equipo. Entre los espectadores, el presidente, el vicepresidente, el MI Luis María Campos, y algún que otro incondicional.
Con la partida casi ganada, y algo así como 18 minutos en mi reloj, comencé a buscar el "remate perfecto". Mientras iba consumiendo mi tiempo, de vez en cuando miraba las caras de la concurrencia:

Están expectantes, pensé, seguro que ansían ver que maravillosa combinación se me ocurre. La realidad, la dura realidad, era otra. Sus mentes incansables, curtidas en mil batallas, rumiaban algo más concreto, alertadas por un fino sentido del peligro: A qué la cagas (con perdón)

Por supuesto. Tras consumir casi todo mi tiempo en buscar el rizo rizado, me ví con menos de un minuto y, en un subidón de adrenalina, conseguí llegar a la posición siguiente

Soy el nuevo Houdini. Han desaparecido un peón blanco y todas las piezas negras. Teníamos una posición ganada por el negro y sin que el blanco entienda porqué, ahora el punto se va para Castelló de Rugat, que en esos momentos no sabía ni donde estaba. Mi adversario, un hombre entrado en años, hasta ese momento algo cohibido, rejuveneció algún que otro lustro, merced a mi maniobra modelo Santuario de Lourdes. Las palabras mágicas que transformaron una posición en la otra fueron:

38. ...,g4 39.Th4, Ag2 40.Rg2, f3 41.Rf1, e2 42.Rf2, Td4 43.cd4


Todas malas, y seguidas, que es lo más difícil. Es como el record de imbatibilidad de un portero, pero a la inversa. Había dos opciones, abandonar o no abandonar. Hubo dos variables que me invitaron a seguir jugan
do: una, que mi rival dejó de apuntar. O sea, que estaba confiado, y podía ser posible la devolución del juego de magia. Lo segundo, es que necesitaba tiempo para encontrar una explicación que contar a mis admiradores, que justificara el hara kiri precedente.

Y el verbo se hizo hombre. O sea, que ocurrió el milagro. Coronado, que era el blanco, en la posición que sigue, se apiadó de mi alma
:

48.d6??

Milagro!! Milagro!! Y los ángeles entonaron cantos a las puertas del cielo. Mi rey pasa y el negro gana.

48...., Re3 49.Te5, Rf4 50.Te6, g1=D

Cuando el peón se hizo dama (como el verbo y el hombre), mi rival, buscando consuelo, clamó en el desierto: La tenía ganada!! Cierto, pensé, pero ahora eso es lo de menos.


Al finalizar, las felicitaciones. La primera, la del amigo Campos: "No sacrifiqués en apuros. Estais loco, como podés jugar así ese final" ¿A qué mola?, le dije. Adrenalina a granel. Para todos, tocayo.

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