Vivir el Ajedrez

El ajedrez, como la vida, está habitado por personas de muy diferente factura, cada uno con sus ilusiones, inquietudes, objetivos y miserias. De todo hay. Y también como en la vida, juzgamos y tratamos al prójimo a través del tamiz de nuestra propia visión del mundo, que consideramos única e irrefutable, como una combinación que nos lleve al mate en pocas jugadas. Y resulta que la realidad es muy distinta a nuestra percepción, que existen otras formas de ver el ajedrez tan diferentes que no cabe otra que conceder que todo cabe en este tablero traidor. Si nos fijamos en la élite ajedrecística, hombres como Bobby Fischer, Gary Kasparov, Lev Polugaevsky, Efim Geller, Mihail Botvinnik, han dedicado su vida y un altísimo porcentaje de su tiempo al estudio del ajedrez. El genio de Brooklyn invertía más de diez horas al día al análisis de partidas y posiciones. Polugaevsky fue un investigador incansable del Laberinto Siciliano. Geller goza como uno de los teóricos más reputados del nuestra Historia.
En cambio estos hacendosos hombres, convivieron con aquellos que, amando el ajedrez tanto como ellos, no fueron tan fieles hijos de Caissa a la hora de descubrir la verdad del juego: Miguel Najdorf, José Raúl Capablanca, Misha Thal, Boris Spassky, tienen ganada fama de bohemios o perezosos, con una visión social o romántica del ajedrez. Y tienen su sitio en los altares. Merecido además.
Si esto pasa en la élite, no menos entre aficionados, que no disponemos de todo el tiempo del mundo para dedicarlo a los trebejos. Convivimos aquellos que desean jugar medio centenar o más de partidas al año con los que apenas juegan una docena. Los que están deseando que haya cualquier evento al que acudir, como conferencias, clases magistrales o torneos de rápidas, y los que sus prioridades son otras distintas, aparcando el ajedrez por otras actividades tan gratificantes para ellos como el ajedrez.
Como en la vida, hemos de comprendernos mutuamente: el apasionado tiene que entender a aquel que sólo está dispuesto a concederle a Caissa unos cuantos días al año. Y éste debe ser magnánimo con quienes adoran a la Diosa del Ajedrez con veneración. Todos cabemos, sin exigencias y sin reproches. Con comprensión. Ni unos son unos traidores ni los otros unos chalados. Todos, como dirían los católicos, somos hijos de Caissa.

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